"Una sociedad se define no sólo por lo que crea, sino por lo que se niega a destruir." John Sawhill
viernes, 9 de septiembre de 2011
Algunas de las lecturas que podemos sacar de lo ocurrido en Japón...
Las publicaciones siguientes hacen parte de un maravilloso artículo sobre la catástrofe nuclear de Fukushima publicado en la sección Epicentro de la revista Agenda Viva de la Fundación Félix Rodriguez de la Fuente.
Aunque las noticias hayan dejado de reflejar lo que está ocurriendo en Fukushima, no queremos formar parte de esa corriente que olvida la noticia cuando deja de ser novedad, y les invitamos a reflexionar con nuestros invitados sobre las lecciones que se pueden extraer de lo ocurrido. Pretendemos que el debate no se centre exclusivamente en el tema de la energía nuclear, que ya lo hemos debatido a fondo en otro Epicentro (en el número 18 de AgendaViva), porque pensamos que lo ocurrido en Japón nos puede sugerir una reflexión no sólo sobre el debate energético, sino sobre un hipotético aumento de los desastres naturales, sobre las políticas de prevención de riesgos, la posible vulnerabilidad tecnológica de nuestra sociedad, nuestra propia vulnerabilidad y fragilidad ante los desastres de la naturaleza, o la capacidad del ser humano ante las situaciones límite; y, así mismo, se puede considerar también el ejemplo de la población de Japón ante la tragedia, la capacidad de recuperación, y demás aspectos sociológicos del desastre. Hemos escogido seis perfiles profesionales que nos ayuden a enfocar cada uno de los temas que creemos se han dibujado en esta tragedia humana de la que deberíamos sacar unas lecciones que aplicar.
Como presentación hemos realizado un pequeño resumen sobre el accidente, destacando algunos de los elementos que forman parte del debate actual.
Después de un terremoto de magnitud 9 y un maremoto de olas de hasta 15 metros, la central nuclear de Fukushima-Daiichi se quedó sin suministro eléctrico: aquí empezó el accidente nuclear. Al día de hoy en Fukushima se sigue trabajando contra reloj para enfriar cuatro de los reactores cuyos combustibles nucleares están parcialmente fundidos por lo que están emitiendo altos niveles de radioactividad. Hoy se sabe que el reactor número 1 de Fukushima-Daiichi no resistió el terremoto, en contra de lo que los expertos han proclamado. Las labores de recuperación son muy difíciles y la imposibilidad de acceso, debido a la elevada radiactividad demora la solución, mientras surgen nuevos problemas. Varios kamikazes han sacrificado su vida exponiéndose a dosis de radiación letales. Más de 100.000 personas han siso evacuadas y no podrán volver a sus casas. El área de exclusión sigue ampliándose y por ahora hay una región inhabitable de unos 100 km en torno a la central. Los controles de alimentos han revelado valores superiores de cesio y yodo, elementos radioactivos, en espinacas, setas o leche, aunque ya se están levantando restricciones al consumo. Entre las medidas desesperadas que se aplicaron, algunas pueden tener terribles consecuencias como la liberación de agua radiactiva al mar; la central ha reconocido que supera 100 veces el nivel permitido, y hay 70.000 metros cúbicos en los sótanos que hay que extraer para seguir rociando el reactor.
El pescado está contaminado y los países vecinos se muestran inquietos. También se sigue emitiendo a la atmósfera una radiactividad que se expande por todo el planeta. La Agencia Nuclear de EE.UU. califica la situación de «estática» a diferencia de la japonesa que la considera «estable». La evolución es imprevisible, como reconoce el primer ministro japonés, Naoto Kan. Años y millones de euros costará restablecer un mínimo de orden, pero el daño radiactivo ya no hay quien lo ordene, aunque haya divergencias sobre cuál será el número de victimas del previsible aumento de cánceres, pues es difícil cuantificar la radiactividad emitida al aire y al mar de unos isótopos que duran décadas, como el cesio 137, además de su incorporación a la cadena trófica, que tiene una dinámica distinta.
Muchos son los elementos que hay que tener en cuenta en un debate muy viciado, pues hay falsedades en ambos lados, y es difícil desenmarañar datos contradictorios sobre si es una energía realmente barata o lo contrario, ya que no siempre se incluyen los costes de los residuos o de la construcción, si bien después de Fukushima será obligado asumir mayores costes de seguridad y eso dificultará su rentabilidad; también se debaten sus ventajas en cuanto a estabilidad frente a las intermitencias de la eólica, y en relación con las emisiones de CO2, y si es por tanto, la respuesta al cambio climático y a la independencia energética ante el cenit del petróleo barato. Otro motivo de discusión son los residuos que donamos a generaciones futuras por miles de años y sobre los que todavía no existe un acuerdo internacional en cuanto a métodos de eliminación, aunque ya se promete que la tecnología acabará aprendiendo a usar esos residuos como combustible. Pero lo que quizá es el escollo principal, es el tema de la seguridad, pues tener centrales nucleares exige estar dispuesto a conocer y asumir los riesgos. Desde los foros nucleares se intenta tranquilizar ese miedo (que para algunos como Lovelock, es irracional y sólo está alimentado por los ecologistas), argumentando que es una de las industrias más protegidas y seguras del mundo, pero en Fukushima ha sucedido lo que ningún técnico con sus cálculos de riesgo se atrevió a imaginar, y eso en Japón, la tercera potencia mundial, con la tecnología más avanzada; no queremos imaginar lo que pasaría en países menos desarrollados. El debate sobre si el riesgo es asumible o no sigue abierto y las lecturas de lo ocurrido son innumerables.
No queremos olvidar desde estas páginas a los 13.000 muertos y a los 14.000 desaparecidos por el terremoto y el maremoto, y a los millones de japoneses que mostraron al mundo la nobleza de su carácter.
Beatriz Calvo Villoria /Agenda Viva / Fundación Félix Rodriguez de la Fuente.
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