Francisco Castejón
Doctor en Físicas y especialista en temas de energía. Es director de la Unidad de Teoría del Laboratorio Nacional de Fusión y miembro de la comisión de Energía de Ecologistas en Acción. Cuenta con más de 100 publicaciones en revistas internacionales y con más de 200 presentaciones a congresos internacionales. Ha dirigido ocho tesis doctorales en Física. Colabora en las revistas El Ecologista y Página Abierta. Es autor del libro ¿Vuelven las Nucleares?, publicado por Talasa en 2004. Además es miembro de la ONG Acción en Red.
En la sociedad actual estamos sometidos a riesgos naturales, pero también a los producidos por nuestras actividades industriales, de transporte y de generación de energía. En cuanto al riesgo, la energía nuclear tiene las peculiares características de esos fenómenos que ocurren muy rara vez pero con consecuencias muy impactantes. En efecto, los accidentes nucleares pertenecen a esta categoría.
La frecuencia real de accidentes es entre 10 y 100 veces superior a la calculada teóricamente. Esto se debe a que estos cálculos no tienen en cuenta todos los sucesos posibles, como los terremotos o los errores humanos, ni los condicionantes políticos, económicos y sociales que pueden reducir los márgenes de seguridad debido al deseo de ahorrar o a las presiones económicas y políticas.
En Fukushima hemos visto que siempre hay imponderables que no se pueden tener en cuenta. Tras cada accidente, la industria nuclear proclama que extrae nuevas enseñanzas sobre seguridad y que las incorpora a las centrales nucleares, aunque esto suponga un encarecimiento de la energía. Sin embargo vemos que a cada accidente le sucede otro por motivos que antes no se habían sospechado. Las acciones de la industria nuclear se convierten en una imposible carrera hacia la perfección.
Algunos de los riesgos del mundo de hoy están creados por nuestra propia forma de vida, de consumo y de producción, y son más probables que los accidentes nucleares: por ejemplo es más probable un accidente de tráfico que un accidente nuclear. Pero la diferencia entre ambos es que cada uno decide asumir el riesgo de montar en coche, mientras que no se tiene potestad alguna sobre el riesgo nuclear. A menudo se nos dice que los trabajadores de una planta nuclear van a trabajar a dicha instalación sin temor a los accidentes y que son una prueba de la irracionalidad de las protestas antinucleares. Pero ellos son beneficiarios de esta actividad y, por tanto, deciden afrontar el riesgo.
Es necesario que en todas las actividades humanas se dé una asunción democrática del riesgo. Que las personas podamos decidir qué riesgos deseamos asumir y cuáles no. Y la energía nuclear, por sus características, debería abandonarse ya que esa asunción democrática del riesgo es imposible de garantizar.
Revista Agenda Viva / Fundación Félix Rodriguez de la Fuente.
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