viernes, 9 de septiembre de 2011

Algunas de las lecturas que podemos sacar de lo ocurrido en Japón...

Antonio Cendrero Uceda

Catedrático de Geodinámica, Univ. de Cantabria. Académico Numerario, Real Academia de Ciencias. Prof. o investigador visitante en USA, Irak, Argentina, Brasil, México. Miembro de diversos organismos internacionales, europeos y nacionales relacionados con el medio ambiente, cambio global y riesgos naturales. Autor de más de 250 publicaciones científicas.

La necesaria cultura de la prevención ante los riesgos naturales
La mayoría de los desastres naturales lo son solo en parte, casi siempre se ven acrecentados (y, con frecuencia, desencadenados) por acciones humanas. En general no es fácil predecir cuando se va a producir un episodio natural peligroso, pero sí suele ser posible definir las zonas de riesgo, y la magnitud y frecuencia máxima esperables. Esto permitiría la implantación de medidas de prevención y mitigación del riesgo, pero habitualmente no se hace. Más que de desastres naturales deberíamos hablar de gestión catastrófica.

La prevención debe incluir, como mínimo, no ubicar personas o instalaciones sensibles en zonas de riesgo (ejemplos: central de Fukusima, 2011; camping de Biescas, 1996), o bien hacerlo de modo que los elementos humanos sean resistentes (Lorca, 2011). La legislación establece la necesidad de un análisis de riesgos naturales para planes de urbanismo, etc., pero la realidad de los acontecimientos muestra que eso no se aplica, o se aplica mal.

El número de desastres “naturales” ha aumentado en el último medio siglo mucho más que la población o la riqueza mundiales. No es que los procesos naturales sean cada vez más peligrosos, sino que la gestión del riesgo empeora. Es muy llamativo el gran aumento de los desastres debidos a la interacción entre el agua y la superficie del terreno (inundaciones, deslizamientos). En contra de lo que habitualmente se dice, eso difícilmente puede achacarse al cambio climático. El cambio climático implica un aumento de la frecuencia de los episodios extremos, pero este es porcentual y en ningún caso supone que la frecuencia o intensidad de las lluvias fuertes se haya multiplicado por más de 20 en 50 años (como los desastres del gráfico). Los datos existentes sugieren fuertemente que la causa principal del aumento de los desastres debidos a inundaciones y deslizamientos es la intensa modificación de la superficie terrestre por actividades humanas diversas (el llamado “cambio geomorfológico global”).

Es necesario implantar una cultura de prevención de riesgos, con pautas más inteligentes de uso y gestión del territorio, que tengan en cuenta el funcionamiento de los procesos naturales. Los conocimientos científicos y la tecnología, así como los instrumentos normativos existentes permitirían hacerlo. Lo que necesitamos es un verdadero cambio cultural, muy especialmente en las administraciones, para pasar de comportamientos de reparación de daños ya ocurridos a otros de evitación (o reducción significativa) de nuevos daños.

Revista Agenda Viva / Fundación Félix Rodriguez de la Fuente.
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